miércoles, 19 de mayo de 2010

Ha nacido un poeta...

Llegaba la esperada primavera pero más tarde que otros años. Debido a que el triste y gélido invierno se había alargado de forma inusual ese año. Las golondrinas desde la primera luz del alba alegraban con sus cánticos y sus incesantes vuelos el despertar de aquel pequeño y precioso pueblo enclavado en los pirineos.
Un río cristalino y pequeño que cruzaba por medio del pueblo, con el murmullo acompasado de sus aguas contribuía también a certificar que aquel pueblo era un paraje singular dentro de los Pirineos.
Las vacas salían de sus establos hacia los verdes montes, al igual que las ovejas, que lo hacían con un paso más rápido y alegre en un constante balar y mirar a ver si seguían sus pequeños corderitos.
El establo más cercano al frontón era el último que se habría; era el de Nicolás, un anciano refunfuñon de 87 años que no tenía hijos y si un montón de genio acumulado por no haberlos tenido y pensar que su apellido estaba condenado a morir.
Hasta la noche que no regresaban sus adoradas vacas, estaba mañana y tarde en el establo, solamente se asomaba para mirar al frontón cuando rompían el silencio del tranquilo pueblo, los ruidosos 14 niños y niñas que salían con su anciana maestra al recreo.
Todos los días sus ojos se fijaban en el mismo niño, el rubio flaco e inquieto Luis, que siempre jugaba con la misma niña, Lourdes. Y pensaba que algún día se casarían y saldrían al extranjero, pues estaba convencido de que había más mundo que a él se le había negado por una sórdida tradición familiar. Y era consciente de que había perdido la vida.

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